miércoles, 14 de julio de 2010

Confesión

Lo último que dijo fueron palabras muy frías, palabras que hicieron un eco en el fondo de mi alma, nos habíamos dicho todo, habíamos hablado hasta de más, intente darle un beso para calmar los ánimos, pero esta vez fue distinto, iba y venía, de lado a lado por toda la habitación, me costaba reconocer a quien tenía frente a mis ojos, me costaba reconocer que alguna hubiera amado tanto a quien ahora desconocía, no paraba de hablar, no paraba de gritar, no paraba de hacerme daño.

Le pedí una tregua, unos minutos, unos segundos, le pedí que se calmará, que habláramos por la mañana, pero lo había decidido y nada le haría cambiar de opinión, estábamos juntos una vez más en esa habitación donde hicimos promesas, ahí donde le hice el amor por primera vez, donde le arrebaté la ropa, esa ocasión en que amor rimaba con pasión y el mundo había dejado de importar, en esa ocasión quede cansado, disfruté sus gemidos, sentir su piel en mis manos, saber que estaba ahí, esperando a que yo decidiera ¿cuál sería el siguiente paso?

No recuerdo todo lo que dijo, pero si esa mirada, la mirada de decepción, había mucho coraje en sus palabras, un poco de resentimiento, pero mucha tristeza en su mirada, habían tantas cosas y yo estaba ahí parado sin saber ¿qué hacer?, por momento deseaba hacerle el amor, introducirme en su boca para callar su voz, introducirme en su cuerpo para calmar sus anhelos, quería hacerle ver que aún podía tener control, pero la verdad es que no tenía el control, no podía callar su voz, no podía decirle que estaba en un error, ¡no podía convencerle de nada!, porque no se absolutamente nada.

Simplemente me quedé para ver su final, para escuchar que tenía que decir, suponía que siempre sería así, que nuestro amor era un tormento, que nos había destruido, pero que ahora éramos adictos al dolor, tantas veces quise separarme, pero siempre supo encontrarme, tantas veces quiso esconderse, pero nunca se pudo alejar, era yo, quien le dio tanto amor, eras tú quien me dio vida en esas noches frías y ahora éramos dos luchando por sobrevivir, luchando por saber salir de ahí.

Quise irme y fue la primera vez que lo dijiste, que me hiciste la amenaza, que comenzaste a llevarme a la locura, te rete a hacerlo, que lo hicieras frente a mí, que tuvieras el valor y que no fueras como quien se despide y nunca se va, te rete, trate de llevarte, pero antes te pedí que me llevarás contigo, era necesario, quizá sería la única forma de terminar con todo esto, grité, gritaste, pedimos ayuda, pero nadie nos escucho, te pegue, me devolviste el golpe, estábamos al borde de la locura y al fin de nada sirvió.

Me cansé de discutir, te cansaste de hablar, nos sentamos uno frente al otro, en los extremos, apartados, en el frío suelo ante un cuarto desordenado, lejos de la puerta, si tan siquiera hubiera tenido el valor, de haberte ido yo no estaría aquí hoy, de haberme ido quizá tu seguirías aquí, pero no, fuimos masoquistas, fuimos egoístas, preferimos consumirnos en nuestro dolor.

Me regalaste esa mirada, de compasión, sentiste lástima por mí y yo estaba decepcionado, agotado, buscando cualquier salida de emergencia, sólo quería regresar a la vida, me lo pediste con voz quedita, me lo pediste con un tono dulce, con una sonrisa, me lo pediste y no lo negué, tus últimas palabras no fueron un te amo, fue sencillo, fue directo, fue lo necesario, dijiste claramente y con mucho valor “pásame el revólver”, aunque al principio dude, al final me llevo un segundo darme cuenta que quizá era la única forma de volver a la libertad, te lo pasé, pero con tu adiós, te llevaste eso y me dejaste en esta soledad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario